Monday, September 21, 2009

Tengo que superar mis fracasos. Hola.



Para acercarlos a la perfección y tallar la silueta de sus uñas en mis pestañas, tuve que robarle los dedos a la señorita de gris. Luchamos por un rato, pero al final se rindió con lagrimas en los ojos y una sonrisa que no lograba entender. Por que sonreía, señor oficial, jamás lo sabré. Tampoco recuerdo donde escondí sus pequeñas y adorables extremedidades, que ya no encuentro en los anaqueles de mi pútrida cabaña, casa coleccionista estratégicamente construida en algún bosque a la izquierda del Camino.

Vamos por pasos, yo nunca abuse de ella. Tampoco le di alguna opción, más allá de lo que yo aparentemente quería. Pero que podía hacer, miserable al fin, ante el final de mi paciencia: de rodillas, tristemente postrado delante de tanta belleza que solo mis arboles pueden apreciar correctamente. Y es que tampoco me gusta equivocarme; he ahí el problema de los dedos, la ecuación de los gatos y el sin fin de su cabello.

Los animales son bonitos, oficial. Por eso es que me hago llamar La Ardilla, residente del Camino y el Ave del Cesar. Donde usted ve hojas yo veo lo agrio de la naturaleza, donde su hermano ve el cielo, yo solo observo amargamente el techo que me oprime al Camino. Así que, en su autoridad incompetente, resuelva por mí el misterio de la santísima trinidad: dígame el por qué la señorita gris sonreía, donde dejé sus dedos y que más he de hacer con esta jodida responsabilidad furtiva. Castre mi agonía, honorable señor. Libereme del pavimento y el vinagre.

Thursday, September 17, 2009

La vida irreal: inmunidad política

"He luchado durante años por algo que no existe. Es eso muestra del tonto que soy, o acaso es el último tributo a la fe? Los santos me aplauden, mis hijos me escupen: he fallado miserablemente en encontrar la política del hombre."
Charles Markansvansky


En una celda, de nuevo. No era un escenario realmente novedoso para mí, había visto este gris y blanco de escusado antes. Fui siempre amigo del olor a moho y la tibia humedad del arrepentimiento, acompañado de lo que podríamos decir es la depresión del adicto, del que no comprende el por qué de las cosas.

Es un sentimiento curioso estar en espera del rey al que traicionaste. Supongo que las perras, drogas y rock n’ roll no estaba en los planes de vida de Ella, pero yo no podría vivir sin la eterna decepción que acompaña las relaciones. Tampoco era la primera vez que me arrestaban por posesión o “solicitación de servicios sexuales”, lo cual para mí era un término horriblemente ridículo. Me pregunto si se habrá quedado esperándome con el anillo en mano, orgullosamente arraigada en el sofá, mientras maquina su meticulosamente calculado discurso de siempre, del que luego se retractara masticando sollozos. Lamentablemente no sé lo que la atrae hacia mí, pero gastar su dinero en mi fianza era cosa de cada treinta días, una adicción casi tan deprimente como la mía.

Estar sentado en la banca de una celda de contención temporal es un suceso curioso, algo de contarle a los nietos con un jovial “nunca dejen que…” de viejo con dientes falsos. Las personas con las que te encuentras son, lamentablemente, de tu misma calaña: esta el eterno junkie sentado en una esquina (mi hermano), con un olor que traspasa las barreras de la descripción; un Pulitzer seguro para el valiente que se atreva a escribir sobre su peste. El obeso hijo de puta que le pega a su mujer (mi primo, quizás), racista sinvergüenza, probablemente un conservador de pocos escrúpulos. No podemos olvidar al negro con la biblia en mano (en definitiva mi padre), acusado de algún crimen que seguramente cometió en honor a su dios. Aquí a la luz de las lámparas blancas, sobrevolado por las polillas y acosado por sus sombras, estoy a gusto con mi familia. Mi primo, mi padre y hermano no necesitan hablar, no necesitan mirarme. No me juzgan, no nos molesta ojearnos los testículos al orinar, ni mucho menos nos importa Ella, que con la esperanza agarrada del pulgar, ensaya su falsa despedida.

Los uniformados se acercan a la enorme celda con un estruendo increíble, característico de la autoridad, de la supina necesidad de estar en todas partes. Todos les regalamos la mirada a los dos altos policías, que con sus ojos pintados con aluminosicas ojeras, nos rociaban de disgusto inmerecido. Entonces pasó algo curioso, uno de los guardias me miró y esbozo una extraña sonrisa, y mientras le susurraba algo al otro, lo contagió con la misma mueca estúpida. No sabía que estaba tan mal, digo, después de todo era el más apuesto de mis inquilinos, sembraría eso la semilla de la duda en sus posibles sexualidades confundidas? Es la ley completamente ciega? Uno de los policías interrumpió mis pensamientos con una seña que me invitaba a acercarme. Con mi andar lento alcance los barrotes descoloridos, apoyándome cansado en ellos y esperando lo que creí seria algún chiste de criminal, o en el peor de los casos, una cita y un número de teléfono.

- Oye, reo – los ojos le brillaban, con sus cuencas vibrando por alguna clase de alegría. - Eres tu... el de los libros? Como se llama...

- Sí, soy yo. - interrumpí decepcionado, intentando cortar su frase con el tono de voz más desagradable que pudiera escupir. Al principio mi osadía pareció molestarle al misterioso fan, pero su cara de sorpresa desapareció rápidamente, seguida de nuevo por esa sonrisa idiota.

- Sabes, mi esposa y mi hermano son grandes admiradores de tus libros. Por dios, completos y totales fanáticos – Cristo, que termine ya este imbécil azul – hasta han ido a tus charlas y convenciones. Quizás los recuerdes, mi esposa es alta y rubia, se llama Mary. Mi hermano es-

- No, no los recuerdo – dije, volviéndolo a interrumpir. Esta vez no hubo sorpresa en su cara y prosiguió con su tono de voz chillón, que martillando mi ya insoportable jaqueca, me colmaba los límites de la paciencia.

- Mira, vamos a hacer algo. Esto es extraoficial, así que esta de más pedir discreción - intentaba adoptar una postura sospechosa, imagino que para acentuar su posible proposición indecorosa como algún mal villano de tiras cómicas - si me regalas unos autógrafos dedicados, te saco de aquí en menos de lo que canta un gallo... Qué me dices?

Realmente no supe cómo responder, ni mucho menos construir una imagen mental de cómo debería de haber reaccionado. Cuando el uniformado me paso una libreta a través de los barrotes, la acepte sin quitarle los ojos de encima.

- A quien debo dedicárselo?

Palabras no muy sabias, maestro. Nunca sabré porque hice la pregunta o el por que accedí a su petición. El reo en mi habrá decidido agarrar la soga, salvarse de ese agujero del cual estaba tan a gusto? Porque dejaría a mi familia atrás? Los que son lo suficiente amables para no dirigirme la palabra, que comprenden que mi cara de bajón es precisamente eso, no una excusa para evitar hacer el amor o un curioso disfraz para ocultar mi creciente falta de interés en la anatomía femenina.

- A mi esposa Mary, y aquí otro a mi hermano Juan Bosnia... - respondió amablemente mi salvador personal.

Escribí de forma ausente, y el, con una gran sonrisa, ordeno abrirla la celda. Di dos pasos hacia fuera, y sintiendo las miradas condescendientes de mis compañeros apuñalarme la espalda, seguí caminando.

Que difícil. Qué difícil es. Qué difícil es caminar y dejar lo que no quieres dejar atrás. Qué difícil es caminar y traicionar la venida del rey, el que con seguridad vendría a reclamar mi lealtad: veni, vidi, que asco me das. Quiero que todo se acabe aquí mismo, no deseo volver al infierno del amor falso (la única rutina, la única vía). Que los policías saquen sus armas y disparen sus plumas de acero a través de mi blando rosa, con la furia de todas las Mary y Juan Bosnia del mundo. Quizás este no sea yo. Quizás sea de nuevo el reo interior o el adicto implacable, que cansado de ser reconocido por sus logros pasados, castiga mi conciencia con el deseo del fin. De todas formas no quiero volver a Ella, no continuaré abrazando su ilusión.

“Devuélvanme mis dedos, démosle vuelta atrás a la entrega del anillo. No nos enredemos en conciertos políticos; querámonos con odio, para que jamás se acabe la batalla. Esta es, después de todo, la única razón de la vida”.

Y cuantas palabras mas no diré al llegar? No sé. Solo espero que haya algo que comer, los munchies están terribles.

Monday, September 7, 2009

Reflexiones de Amoth

Los tiempos no son los que eran antes. Ya no pasan por aquí… los lagos no son sitios vacacionales, y las paredes de mi habitación blanca son demasiado blancas. Pero muy blancas, demasiado les digo… no podrían creer lo blancas que están. Ven el papel de sus libretas? Eso ni siquiera es blanco, imbéciles. Esto ES blanco, donde está colgado ese cuadro y el teléfono que mi enfermera - su uniforme no lo suficientemente blanco, una silueta inmunda cacareando sobre mi pared – marca el servicio de habitación todas las mañanas, para que mas clones regresen a su color original las bacinillas en las que dejo algo que no es mío. A qué color? No me alcanza la mirada, pero presiento que no tendrá; un increible desvelo sin pupilas.

No soy como mis amigos, no. Yo no acepto el pasar del tiempo, el blanco mas blanco. Ya nadie visita Coney Island, las personas no duermen en la playa. Ya los tiempos no son como antes.

Friday, September 4, 2009

Reflexiones de Uria

Ignoremos por un momento el ruido en las ventanas. Agarra mi brazo con fuerza, o en el furor de tu inseguridad, tendremos que comenzar de nuevo. Olvida los tiempos pasados y las pelotas de plástico. Que deseas del blanco? Que quieres que te regale aquel ser especial? Traga tu orgullo y hala del gatillo.

Mata a tu enemigo y disfruta del resto del día.

Thursday, September 3, 2009

Perrera

Septiembre, horroroso noveno, llora y maldice sus tormentas y alientos.