Tuesday, March 27, 2012

Argus Panoptes, carta a Valeria. Marzo 2012

"Soñé contigo y no pude evitar preguntarme por qué. Estabas singando con un hombre enorme, tan grande que estabas siendo casi expulsada de la cama; solamente pendías resbalosa y gimiente de su pene enorme, surcado por suntuosas venas palpitantes. Ha de haber habido algunas cicatrices ahí debajo. Sobre la cabecera de la cama, unos dos metros arriba, justo sobre la frente sudada de aquel titán introducido en ti, había un cuadro de un caballero con una rosa en la mano. Vestido con una armadura medieval, el cuadro tenía un marcado estilo rococó. Tremenda polaridad. Entre el aire acre de la habitación y la continua mortificación de tu persona, el caballero del cuadro fluía rebelde sobre la contorta escena de ese coito inusual.

¡Horrible! Tus entrañas eran machacadas por el fálico ariete de sus genitales, pero hervías de placer. Todo es hecho posible por la fragilidad espacial del sueño. ¿Pero por qué soñaría la profanación de tus adentros? ¿Qué significa el caballero en el lienzo y la muerte de la naturaleza en su mano? ¿Ro-co-có?

Parado en esa habitación, yo, horriblemente grande y desnudo, acostado observándome destruirte sobre la cama. Punto: el principio del sueño es que todo es yo. Si también lo fueras, sabrías que no hay nada más mórbidamente Freudiano que esto. Pero ya está. Soñé contigo e hice mal. Reías y gritabas de placer, pero te hice mal. Lo virtualmente cometido por mi cerebro es impulso biológico, pero no excusable.

Pero nótalo: hay algo lindo allí, dentro del nervio de la noche. El cuadro sonriente, lleno de su oscura vida, es prueba de ello. Ojalá hubieras podido estar allí, pero sólo era yo, denigrándome"

Wednesday, March 7, 2012

Nota rápida sobre el arte erótico



No recuerdo precisamente el día, pero por allá en vísperas del nuevo milenio, me levanté un día y supe que la pornografía no era arte: todo lo que haya dicho para protegerla de manera racional no ha sido más que una mentira para excusar su consumo. No fue ninguna iluminación. Me levanté y dentro de mí ya no se batía ninguna duda de aquello: ninguna mujer empotrada, sudorosa y gimiente, o, por el mismo renglón, un hombre morfológicamente superdotado y estrictamente animalesco podría ser considerado arte. No es que haya debatido mucho sobre ello tampoco. Fue más bien un acto de despertarse y ya no creer, como me ha pasado con todo lo verdaderamente importante. Levantarse es un acto patético, la deslumbración de otro día vivido en una realidad que no se conforma con las reglas fantásticamente flexibles del sueño. Eso es especialmente influyente en la meditación, o, como en este caso, en la explicación de una idea muerta en la infancia.

Aquella conclusión prematura con una antigüedad de ya más de una década, surgida cuando aún era víctima del inquieto e indiferente púber, es ahora cada vez más clara. El arte erótico es un empeño estilístico que promueve de manera mórbida la mortificación del espectador. Esto no sólo se restringe en los medios audiovisuales, o como vislumbré en mi infancia, en la pornografía: todo arte erótico se engloba en esta conclusión personal. Desde la literatura hasta la fotografía.

El erotismo es una cualidad humana. Es considerada preciada, y obviamente, como toda cualidad de esta índole redescubierta en los últimos seiscientos años, ampliamente venerada y aceptada como facultad divina. El hombre (o Ser) comete el error de no ver la falta en si mismo cuando incurre en los placeres naturales. Esto es alarmante, ya que reproducirse no es solamente el acto más violento, insulso y desagradable de la tiranía biológica, si no que debido a su valor natural, es empaquetado por el Ser para el disfrute estético de los demás, o mejor dicho, aquel conjunto intangible de mentes sensibles llamado “espectador”. Para esto se hace uso del erotismo como herramienta fálica, mostrando al mundo el poder del hombre mortal, la cual al final es una simple tergiversación ideológica del animal humano.

No soy un puritano del arte, eso que quede bien claro. Pero como Ser en continua busca de un valor moral superior, no puedo tolerar la mortificación del espectador por un medio de arte pro-folletinista y cuya meta última no es la reflexión ni el placer crudo de la estética (que es, por cierto, una cualidad humana que si vale la pena cultivar). El arte erótico para que se eleve en su correcto disfrute, que vendría siendo la tragedia burlesca del placer; una amarga degustación del destino final de la carne y su sisifesca tarea reproductiva, tiene que matar al Ser. El humano, para disfrutar del arte, ha de estar en completo uso de sus facultades mentales y todas aquellas cosas que lo hacen degustar del placer de una forma viva, más esto es imposible a través del arte erótico: éste oprime al Ser a desear el encuentro físico. Al impedir el disfrute, se hace preferible la muerte. El deseo sugiere la repetición u obtención, proceso natural para deshacernos de la insatisfacción producida por el mismo.

Para mí el correcto disfrute del arte es expuesto, de manera obviamente voluntaria, por Aldous Huxley en su legendaria obra Brave New World; cuando Bernard describe, de forma breve y efectivamente esclarecedora, el estado de animo de una de sus compañeras luego de una de las escenas, que para mí, resulta ser de las más importantes y socialmente relevantes del libro. Después de adorar a Ford, dios e inventor del Mundo Feliz, en un ritual que compasa hábilmente el significado de la trascendencia de la experiencia religiosa y los idílicos sentimientos exaltados de la apreciación artística, Huxley nos educa:

 —Fue maravilloso, ¿verdad? —dijo Fifi Bradlaugh—. ¿Verdad que fue maravilloso?

Miró a Bernard con una expresión de éxtasis, pero de un éxtasis en el cual no había vestigios de agitación o excitación. Porque estar excitado es estar todavía insatisfecho.



El deseo, motor principal de la excitación y lógicamente consecuente insatisfacción, es el asesinato de todo público que se somete al arte erótico.

El arte es la expresión última de nuestras naturalezas inmediata y humanamente superiores. Debido a su inclinación a a la apreciación reflexiva, hay un aspecto instintivamente egoísta en la admiración del arte, de la hermosura de esta fantástica institución abstracta de la estética. El error acometido por la vertiente puramente erótica de éste es el de pretender que los demás no existen, o que creando aquella agitación que no existe en el personaje antes mencionado de Huxley, se puede lograr una mejor comprensión del mensaje o, válgame dios, que la incomodidad sea el mensaje mismo: un puro ejercicio de futilidad.

El artista que relata con el cuerpo es en cierta medida un asesino, un anarquista de la razón y todas las cosas que elevan al ser humano en el arte. Plasmar la naturalidad del coito o señalar explícitamente los caminos a recorrerlo es perpetuar el poder monárquico de la carne en nuestras existencias, un acto que resulta muy contrario a las virtudes artísticas más elevadas.

Llamo al mundo artístico con unas simples palabras de súplica: menos tetas y penes, por favor, y más espíritu.


Friday, March 2, 2012

Mana



Over the bay of Samaná. Silver-braided waves of squeamish foam, salt and sun, crashing killing suicidal.

We can blindly glare at the curvy masses of breathing obsidian as laid dying on the shore, girls, bathing in the overheated air of this volcanic rock, floating body of sand, death and obese tourists, white demons infatuated by the coal vaginas of the pernicious local fauna.

Those women, growing like pimples over the melting streets of the Caribbean dream, scenario imagined during the slumber of a madman, painted by an old toothless man living on a twisted bench that heavily resembles the island itself; these women, cannon fodder for carnivals, money eating machines, Watussian creatures of mesmerizing expressionless glances, girls, that throw rocks at guayabas in the afternoon sunset and scream merengue crescendos in the middle of the night; neolitic exclamations of religious worship can be heard from deep inside the libidinous universes of shady aparta-hotels.

Vat these women want? Asks the german, what these bambine want, asks the old italian nose; fascist pretzel tearing itself away from that squashed face while it asks what these ragazze want and so on and so on until desire, or Desiré, suffocates their will.

Beautiful seducing and thunderous beings, girls, religious mothers of one handed children, looking for their things, zinc roofed fincas, golden gilded passports and such wines and such cheeses.

Morally feeble creatures pullulating teeming swarming shitting over and on and under those sneaky clusters of grey alleys, girls, street fetuses of paroximal melancholia hovered by nomadic blue painted houses. These are their homes, these are their things.

A man could get lost in Samaná, knowingly.

A man could reach an arm to the sky and grab a coco.

A man could blindly grope the air and piñas and lechosas will inhabit the palm of his hands like lovesick gazelles.

Rum and tits, desperations and madness, drunk bums licking their own bitter, tricolored, festered wounds; social scarred elephants of the five hundred years rape, praying to go through your wormhole, just a minute, maybe just seconds. Girls.

I'll give it all away papi, the blinding and reverberating sun, waves, the floating coconuts like decapitated haitians, in exchange for your magnificent metallic doves. Shiny birds gorging the gleam of time, drawing beautiful entrenchments of pristine smoke in the sky. Girls.

I'll exchange it all away for it. Flying like a swallow
                                                                                    the pill of escapism.

Beware. Rejoice. Eight legged girls of fright.

Here in Samaná a man can bite hard on the curse of flesh, and be rewarded with the most ephemeral and glorious of all the infinites.