Take I
El poeta era un fantasma de metal. Su
cara era un ojo gigante que miraba hacia todos los bancos, como si
estos mismos fueran sus espectadores y no nosotros, tímidos varracos
de bocas estupefactas, sus fieles escuchas. Su voz cortaba como una
sierra, y desde la garganta se aproximaba un ronroneo rasposo de un
motor en marcha, una maquina única, dejándose imaginar como un
automóvil alemán capaz de mover las masas con el don de la belleza.
Ella aún estaba a mi lado, en un
aparente éxtasis inmóvil. Su mano acariciaba el pequeño gato
naranja. El animal alzó su mirada hacia mí y me pareció que
regalaba una sonrisa. Por un momento me llegó Lewis Carrol a través
de sus dientes perfectamente puntiagudos.. Mientras la mano de la
mujer que amo lo mimaba y él sonreía satisfecho, comprendí que el
Xolotl infernal que recitaba frente a nosotros o el agujero del
conejo no son inventos de la mente, si no que todo es un glorioso
efecto de la lengua, acumulación de sonidos, colores y el amor de
una compañía.
Cuando el fulgor de la palabra al fin
se apagó, cuando la bulla implacable de aquella voz cesó, ella me
miró y sus curvas se reafirmaron en la comisura de los labios. Me
sonrió con una ternura que recomenzó el ciclo nuevamente: el rayo,
las vueltas y los confiables e irritados autos alemanes.
Take II
Miró todo extrañado, como un niño
triste delante de un mundo nuevo. No podía dejar de observar al
gato, quien a cambio lo ignoraba con un ronroneo gozoso. Cuando el
hombrecillo gordo y gris terminó de recitar, comenzó a llorar. Lo
miré y lo amé brevemente, añorando sus lágrimas con una sonrisa.
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