El rugido de John Coltrane
me espantaba el alma hacia
la espalda,
la vi supurando
espíritu-espiritual,
abriendo como dos alas de terror.
Me subí al escenario
y con un gran golpe
le asesté toda la
libertad en la boca,
un cuarteto de nudillos:
justicia, rabia, honor
e incomprensión,
todo aquél impacto sobre
él
le suicidó tres dientes.
Los caninos e incisivos de
Coltrane
saltaron en caída libre
hacia
el agujero del saxofón,
el pozo dorado los recibió
con gula
y yo sé que para el
instrumento
un diente del musico es
como
la penetración lenta de
lo inusual,
y entre la furia sentí
una extraña
felicidad por él.
El negro me miró perplejo
con su boca ensangrentada,
sus ojos enormes eran
esferas blancas rellenas
de la pasta del asombro.
Al pasar el rato, los
segundos
mas cercanos a la agonía,
John Coltrane sonrió.
El publico comienzo a
reír.
Todos habían descubierto
el secreto, al parecer,
menos yo.
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