Monday, September 21, 2009

Tengo que superar mis fracasos. Hola.



Para acercarlos a la perfección y tallar la silueta de sus uñas en mis pestañas, tuve que robarle los dedos a la señorita de gris. Luchamos por un rato, pero al final se rindió con lagrimas en los ojos y una sonrisa que no lograba entender. Por que sonreía, señor oficial, jamás lo sabré. Tampoco recuerdo donde escondí sus pequeñas y adorables extremedidades, que ya no encuentro en los anaqueles de mi pútrida cabaña, casa coleccionista estratégicamente construida en algún bosque a la izquierda del Camino.

Vamos por pasos, yo nunca abuse de ella. Tampoco le di alguna opción, más allá de lo que yo aparentemente quería. Pero que podía hacer, miserable al fin, ante el final de mi paciencia: de rodillas, tristemente postrado delante de tanta belleza que solo mis arboles pueden apreciar correctamente. Y es que tampoco me gusta equivocarme; he ahí el problema de los dedos, la ecuación de los gatos y el sin fin de su cabello.

Los animales son bonitos, oficial. Por eso es que me hago llamar La Ardilla, residente del Camino y el Ave del Cesar. Donde usted ve hojas yo veo lo agrio de la naturaleza, donde su hermano ve el cielo, yo solo observo amargamente el techo que me oprime al Camino. Así que, en su autoridad incompetente, resuelva por mí el misterio de la santísima trinidad: dígame el por qué la señorita gris sonreía, donde dejé sus dedos y que más he de hacer con esta jodida responsabilidad furtiva. Castre mi agonía, honorable señor. Libereme del pavimento y el vinagre.