Tuesday, November 29, 2011

Sobre los ultrajes de James Joyce


“I'll be spread out
on the unmade bed
face up
asleep under the electric
light
still waiting on the immortal
poem”

Charles Bukowski


Iba a escribir un poema inmortal, cuándo al sentarme con quizás demasiada brusquedad remenié el librero, desprendiendo de sus alturas el Ulises de Joyce, golpeando éste mi craneo con gran contundencia. Como es de conocerse, la historia vulgar y salvaje de aquél irlandés se recoge en un volumen de gran espesor, debido a la eterna permanencia domiciliaria de miles y miles de palabras apretujadas en cientos de apartamentos de papel. En fin, que con el vaivén de la física, y que la gravedad y que la densidad y que accidentaccio! Así me descocota el feretro de un escritor muerto.

Tenía toda, la idea todita en su totalidad, la estela invisible del poema inmortal. A esta altura hubiera preferido el coma. ¿Por qué me iría a castigar el pervertido de James Joyce? ¿Por qué de ésta manera? Privarme de la poesía eterna, el buen canalla. Aquella imagen que tenía de pinos raquiticos y famélicos (destilando el hambre del musgo, el cual usan orgullosamente como barbas) jamás podrá ser escrita.

De la invasión de los Pajones, que habitan tal cual pulgas sobre la espalda del Caribe frío (digo Caribe de manera muy triste, ya que no recuerdo con exactitud la palabra). Atlas Chewbacca una tortuga peluda gigante (aquí me pasa lo mismo de nuevo, me agazapa la indecisión del olvido) se levantará y gritará mugirá bramará lento rápido fuerte, espantando los turistas que pierden el tiempo visitando el monumento a Caamaño, que después de todo, no es más que una cruz helada y un asta sin bandera que parece querer izar un zafacón oxidado.

En aquel poema también me encontraría a Candido Bidó y Freddy Beras Goico más allá de los riachuelos y pinos que surcan y se clavan en la loma viva. Me habrían propuesto reconocerlos individualmente como acertijo y me habría equivocado; se me hacen parecidos cuando los pintan felices, y como nunca los he visto pues supongo que así los escribiría: azules, blancos y negros, sonrientes. Habríamos encontrado graciosa mi indecisión y reído largas risotadas por largos ratos, aquella carcajada que sólo se carcajea en los poema inmortales.  

Coño, James. Un día en Dublín me cuentas y me rehuso a leerte. Será por ello que busca venganza (un asunto deliciosamente intelectual) golpeándome con su cuerpo material. Será por ello que me ha quitado a aquellos dominicanos sonrientes y los pinos rubios rojos marrones con su melena norteña.

Ok, Ulises. Por la lustrada belleza de la retribución y el rescate de mi poema perdido, comencemos el Round 2.

Thursday, November 24, 2011

Sýmbolon




Soy una cabra con un agujero en el cráneo que se consume tumultoso. Tengo la vida que supura lenta y segura, una ostentosa compatibilidad de carácter con el naufragio y una peligrosa alegría oculta en el hundimiento de cuerpos flotantes.

Élla es emocionalmente opulenta, avara sentimental de las naciones unidas del parto. Posee una estructura osea flexible, que la hace pendular de estandartes, matas de coco, postes de luz, y lamentablemente, la luna. Prodiga e inmaculada en la maldita concepción de su útero, magulla regularmente las lágrimas de la reprimenda sexual que le ofrecen las demás personas.

Él es obvio en sus cabales, encanto roto de la isla, un cierto bastardo ignoto del viejo mundo. Hay algo de misterio en sus facciones aguileñas, y eso revuelve a la cabra -que vendría siendo yo- porque todo en la cabra es redondez, cuerno y desborde. Él sigue imperando los pensamientos de Todas, un conglomerado formado por las cabezas intelectuales de Orange y Research In Motion, al cual Ella tristemente pertenece.  

Aquella -que es otro protagonista, nunca olviden- es una bola de pelos que se ha alojado en la traquea de la cabra, molestandome cuando hablo o lloro de la risa. No hay ningún momento verdaderamente feliz para Aquella, toda su vida está lealmente postrada ante la estatua torcida de la maña. Alguna vez una criatura sencilla, sufrió el cruel morfo de la adolescencia prematura; Aquella es un halcón que clava ocasionalmente sus garras en los intestinos de la inocencia.  

Hay una lucha de pasiva ignorancia en estos personajes, al que se integran ellos, que bien podrían ser todos los que yo no soy, pero se me sublevaron las conjunciones y con armas en mano se han levantado a nombre propio, por lo que de ahora en adelante les referiremos como Ellos. Estos individuos negros y azules aman las flores y odian incansablemente el transporte público. Hacen presencia segura en el altamar de la noche, procurando no izar velas, fabricando una vida emocionante. Ellos, que se han propuesto resolver el algoritmo de la decadencia, acompañan esporádicamente a la cabra, intentan acostarse con Ella -no yo, si no el personaje-, e intiman brevemente con Él, que con su popularidad atrae a Todas y Todos, grupos de los cuales me veo excluido por bestialidad, y aparentemente, mi pelaje maltratado.

Conjurar todas estas personas, verse atado a la malabárica tarea de manejar la multiplicidad del ser, es para encontrar un fin próximo al simbolismo del cuento y de la situación que atraviesan las Ellas, Aquellas, Todos y Todas: esta situación que me obliga a rotar como un vehículo asesino.

Si ha de vivir Ella, ha de ser sacrificada la cabra; si la cabra muere, Ellos han de destruir el mundo en venganza y retribución; si Él escoge Aquella y se olvida de Todas, yo y Ella podríamos ser un poco más, pero sólo para ser limitados por el prospecto de la eternidad, que nos empequeñece irónicamente con su inmensa vastedad.

¿Qué es el símbolo, si no una piedra porosa que respira en mi cerebro? Yo, Ella, la cabra, Aquella, Él, yo, Ellos, me han dejado pudrir en un cuadro mortal. Todos, y Vosotros, que me leen y escuchan y se mantienen callando sus escenarios, a sabiendas que el símbolo nació como una cruz y con toda seguridad lo sentimos cómo tal.

Tuesday, November 8, 2011

Estoy un poco cansado


"Stop wasting your time
Fuck bareback
Fuck till you choke on your life"
Al Brown


I inherited the sloppy love-making from my father
and the constant romantic nagging from my mom
and I know you don't like that.

I want you to leave
alas
you're still here
persecuting me
with your daunting sex and opal breasts
those huge globs of molasses
that hang like ridiculous planet self-portraits

and your pubes

that fuel your tickling and clicking hip clock
are not quite the same to me
anymore.

But here I am
naggin' again
trying to make it seem
like it's some kind of song
a naked and grotesque nocturne.

I blame my mom for that
and my father
for the flaccidity of my uncircumcised penis
whom can't get up to satisfy
your always hungry
coo-coo wrist watch.

My love, I don't love you anymore
but I'm dazed by your relentless anatomy.

Have at you.

Monday, November 7, 2011

Un día, en el consultorio




Estaba este niño sentado en una de esas bancas azules tan irreversiblemente feas - las cuales he denunciado anónimamente en repetidas ocasiones - moviendo sus diminutos pies Adidas. Me miró fijamente por unos minutos, mientras yo intentaba ojear un PDF fotocopiado de Herman Hesse y luchaba contra el mono. Una mujer pandeante entre los treinta años, que supuse su madre, se paró del asiento, le hizo una seña extraña al niño y se dirigió hacia el baño. El chico no habrá tenido más de seis años: rechoncho, de dientes torcidos y con una cicatriz vieja en la frente, probablemente causada por un golpe de juego; vestía una camiseta amarilla que a nadie sin ningún trastorno ocular hubiera podido agradar y llevaba puesto un reloj que chillaba, sin falta, cada diez minutos. Tenía delante de mí a la pesadilla perfecta.

“¿Cómo tú te llamas?” me preguntó el niño, con voz de comparón.

“Michele”

“¿Cómo se escribe eso?’

“¿Sabes leer y escribir?”

“¿Cómo se escribe eso?” preguntó nuevamente el crío, frunciendo el ceño en esa manera en que sólo un niño de seis años puede encapotarse; con esa cara merecedora de cuatro nudillos en la boca.

“Mi-chele. Cómo si un chele fuera mío. Mi-chele”

“¿Por qué tienes nombre de mujer?”

La pregunta no fue necesariamente nueva, la he atetado antes como a un orangután huerfano, sé que es un pequeño precio social de pagar debido a la transposición regional y transcultural de mi nombre arcangélico. Pero la verdad es que no la esperaba de éste niño, no lo vi en sus facciones: el carajo logró confundirme, hasta cierto punto sorprenderme.

“Y tú, ¿cómo te llamas?” pregunté inseguro, en busca de material para devolverle la burla. El niño sonrió, mostrándome sus minúsculos dientes encorvados, sus dentículos de mamador de dedo, solitarios y vagos masticadores de leche que muy pronto perdería. “Juan”, me dijo. En ese preciso instante la puerta del consultorio se abrió y de ella salió la voz de la enfermera llamando mi nombre:

“MICHELE BRIVIO”

Juan dejó escapar una risilla sofocada al escuchar la enfermera. Evité su mirada y me incorporé enseguida, dirigiéndome hacia la habitación treinta y tres, donde me esperaría la orden temporal de alejamiento de mi mono, cortesía especial de la Doctora Ramirez y la medicina occidental. Todo el camino hacia la puerta sentí sus ojos inocentes de criticón sabelotodo roer la tela de mi camiseta, haciéndose paso hasta llegar a la piel, escociéndome con su sarpullido ígneo.  

No hay receta medica para la vergüenza, Juan. Pero cuento los días, porque me recuerdas mucho a mí. Cuento los días para que llegue aquel momento en donde también pierdas la cordura ante el asedio de la pequeña carne y sus irreverentes inquisiciones. Cuento los días en que tú también anheles quitarte a un mono de encima para poder por fin hablar con la mujer que amas, para poder leer un libro sin pensar que las páginas duelen. Sé que será así Juan, si no ¿por qué habrías tú de haber estado allí?


Tuesday, November 1, 2011

Dámelo sucio



Es una morena de senos firmes y pezones tan grandes y negros que se le asoman por las mangas. Me ha acorralado en el cuarto y no deja de izar mi bandera, mi pene erecto es un mástil de suciedad anclado a los testículos: contenedores del polvo con el que mancho la Nena Pezón. She likes it dirty, le encanta que la atomice con la asadura de mis cumpleaños, de mis dos forúnculos displicentes que continúan soplándola incansables en el momento cúspide del hedonismo.

You know baby that I like it dirty, your dick is so dirty, make love to me with your average sized nasty cock.

La nena tiene una insatisfacción obvia. A pesar de las continuas repeticiones y astucias complacientes, la dermis de sus lanzas se conserva dura y enervante. Por fin sé que le atacó la ludopatía de las sabanas, que se ha declarado lunática por la suciedad de nuestro amor.

Continuaremos despistados, rodando en aquel lodo de higiénica amnesia hasta que llegue el laundry day. Cuando arribe el día, me pedirá menudo para la ropa, y con un beso en mis labios irritados dejará sobre mí el aliento mañanero, la revelación de un fetiche: como ella quiere que se lo den.