Wednesday, October 13, 2010

Reflexiones en Santiago II

Los viajes son tortuosos y largos, es una de las tantas naturalezas congénitas del camino. Es una instancia de tiempo repetida a lo largo de una dimensión, de una medida de distancia. Pero la definición no es importante, la cantidad no es un concepto necesario en el esquema del camino: la existencia del viaje se rige unicamente por su propósito, que ciclicamente, es el de simplemente existir.

El hombre es el héroe del viaje y su banalidad; un rey en cuanto a necesidad de moverse se refiere. Frutos de la desdicha, nos hemos creado como enfermos anfitriones de una verdad falsa: el deseo y el movimiento. Los dos conceptos no son dependientes, y por separado forman parte integral del hombre, dos necesidades de la vida cotidiana. El problema y la mentira surgen finalmente cuando estas dos se unen. No existe tal cosa como el deseo del camino, o al menos, no es natural en el hombre moderno.
Buscamos del verde y nos arrastramos callados sobre las rocas, el asfalto, machete en mano, armas a tomar, en busca de alguna tierra por la cual caminar. Y qué es esto si no el deseo del movimiento, el de jamás estar callado, el de cantar a todo pulmón con el cuerpo. Si el movimiento es lenguaje, su tarareo en el camino es lánguido e impropio; el cuerpo no permite a la mente descansar. Este es un crimen en contra del pensar, el "me muevo" sobre las rocas del camino cruje tirano en las mentes, evitando así ponderar sobre el mismo viaje que se está llevando a cabo.

El tiempo del viaje nos unge violentos con un progreso incierto: llegar a ningún lado sin ningún motivo aparente no es un progreso en sí, al menos no más que aquel que mata sin respeto a la vida, no más que el escritor que intenta trabajar completo.

Y la ironía es que creamos más caminos! Nos convertimos torpemente en arquitectos de la nada, adversarios de la razón. Constructores y enemigos; somos un concepto de una verdad horrible que se une en esos términos. Sólo de hombres es querer, pelear y caminar sin moverse: la búsqueda del camino se ha convertido también en una naturaleza humana, una pretenciosa y vulgar, esa de crear aquellas calles irresolubles, y por sobre todo, impensables.

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