Tuesday, September 13, 2011

Lectura de poesía con una de las mujeres que casi amo



Take I

El poeta era un fantasma de metal. Su cara era un ojo gigante que miraba hacia todos los bancos, como si estos mismos fueran sus espectadores y no nosotros, tímidos varracos de bocas estupefactas, sus fieles escuchas. Su voz cortaba como una sierra, y desde la garganta se aproximaba un ronroneo rasposo de un motor en marcha, una maquina única, dejándose imaginar como un automóvil alemán capaz de mover las masas con el don de la belleza.

Ella aún estaba a mi lado, en un aparente éxtasis inmóvil. Su mano acariciaba el pequeño gato naranja. El animal alzó su mirada hacia mí y me pareció que regalaba una sonrisa. Por un momento me llegó Lewis Carrol a través de sus dientes perfectamente puntiagudos.. Mientras la mano de la mujer que amo lo mimaba y él sonreía satisfecho, comprendí que el Xolotl infernal que recitaba frente a nosotros o el agujero del conejo no son inventos de la mente, si no que todo es un glorioso efecto de la lengua, acumulación de sonidos, colores y el amor de una compañía.

Cuando el fulgor de la palabra al fin se apagó, cuando la bulla implacable de aquella voz cesó, ella me miró y sus curvas se reafirmaron en la comisura de los labios. Me sonrió con una ternura que recomenzó el ciclo nuevamente: el rayo, las vueltas y los confiables e irritados autos alemanes.

Take II

Miró todo extrañado, como un niño triste delante de un mundo nuevo. No podía dejar de observar al gato, quien a cambio lo ignoraba con un ronroneo gozoso. Cuando el hombrecillo gordo y gris terminó de recitar, comenzó a llorar. Lo miré y lo amé brevemente, añorando sus lágrimas con una sonrisa.  

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