Tuesday, September 13, 2011

Marcela




El riachuelo estaba frío, como siempre. Me lavé la cara y las manos para hacer desaparecer la sangre. El alma roja de Marcela se había desparramado sobre mí, cuando la abrí como a una piñata de carne. El cuchillo se había deslizado como un silbido y se probó fidedigno a su propósito, ella había abierto su boca como una gruta rosada, mostrándome la humedad del interior. Sus ojos pretendían esconder un sollozo, mientras intentaba agazapar el aire y mantener la sangre dentro su cuerpo, sólo para ver el mar de Moisés continuar escapándose a través de sus dedos como arañas carmesí.

Una vida ha muerto y el riachuelo sigue frío, igual que siempre, el mismo que en los últimos seis meses. De alguna forma, el gélido pasar del agua se ha llevado a la mujer de mis manos, de mi cara; Marcela como cientos de forúnculos oxidados habitando mi rostro, lavados de mí por la avalancha helada de este arroyo.

Ocho meses planeando, seis acampando: 21 de Febrero, 29 de Agosto, 11 de Septiembre. Compras varias. Fechas poco importantes. Al final el único momento que cuenta son los treinta minutos del acto, el suspiro del acero y la cabeza de Marcela echada hacia atrás, congelada en una carcajada eterna.

Amé a Marcela y amaré a muchas mujeres más. Las querré a orillas de otros riachuelos, bosques y abedules. Pero nunca olvidaré ésta, que me ha dejado solo e insatisfecho junto al sonido acallador del agua, para nunca volver. Una muñeca más que frustra deseosa la mente del culpable, un futuro juguete de la prensa.

Le dije adiós a Marcela, que estaba fría, como siempre.

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