Wednesday, March 7, 2012

Nota rápida sobre el arte erótico



No recuerdo precisamente el día, pero por allá en vísperas del nuevo milenio, me levanté un día y supe que la pornografía no era arte: todo lo que haya dicho para protegerla de manera racional no ha sido más que una mentira para excusar su consumo. No fue ninguna iluminación. Me levanté y dentro de mí ya no se batía ninguna duda de aquello: ninguna mujer empotrada, sudorosa y gimiente, o, por el mismo renglón, un hombre morfológicamente superdotado y estrictamente animalesco podría ser considerado arte. No es que haya debatido mucho sobre ello tampoco. Fue más bien un acto de despertarse y ya no creer, como me ha pasado con todo lo verdaderamente importante. Levantarse es un acto patético, la deslumbración de otro día vivido en una realidad que no se conforma con las reglas fantásticamente flexibles del sueño. Eso es especialmente influyente en la meditación, o, como en este caso, en la explicación de una idea muerta en la infancia.

Aquella conclusión prematura con una antigüedad de ya más de una década, surgida cuando aún era víctima del inquieto e indiferente púber, es ahora cada vez más clara. El arte erótico es un empeño estilístico que promueve de manera mórbida la mortificación del espectador. Esto no sólo se restringe en los medios audiovisuales, o como vislumbré en mi infancia, en la pornografía: todo arte erótico se engloba en esta conclusión personal. Desde la literatura hasta la fotografía.

El erotismo es una cualidad humana. Es considerada preciada, y obviamente, como toda cualidad de esta índole redescubierta en los últimos seiscientos años, ampliamente venerada y aceptada como facultad divina. El hombre (o Ser) comete el error de no ver la falta en si mismo cuando incurre en los placeres naturales. Esto es alarmante, ya que reproducirse no es solamente el acto más violento, insulso y desagradable de la tiranía biológica, si no que debido a su valor natural, es empaquetado por el Ser para el disfrute estético de los demás, o mejor dicho, aquel conjunto intangible de mentes sensibles llamado “espectador”. Para esto se hace uso del erotismo como herramienta fálica, mostrando al mundo el poder del hombre mortal, la cual al final es una simple tergiversación ideológica del animal humano.

No soy un puritano del arte, eso que quede bien claro. Pero como Ser en continua busca de un valor moral superior, no puedo tolerar la mortificación del espectador por un medio de arte pro-folletinista y cuya meta última no es la reflexión ni el placer crudo de la estética (que es, por cierto, una cualidad humana que si vale la pena cultivar). El arte erótico para que se eleve en su correcto disfrute, que vendría siendo la tragedia burlesca del placer; una amarga degustación del destino final de la carne y su sisifesca tarea reproductiva, tiene que matar al Ser. El humano, para disfrutar del arte, ha de estar en completo uso de sus facultades mentales y todas aquellas cosas que lo hacen degustar del placer de una forma viva, más esto es imposible a través del arte erótico: éste oprime al Ser a desear el encuentro físico. Al impedir el disfrute, se hace preferible la muerte. El deseo sugiere la repetición u obtención, proceso natural para deshacernos de la insatisfacción producida por el mismo.

Para mí el correcto disfrute del arte es expuesto, de manera obviamente voluntaria, por Aldous Huxley en su legendaria obra Brave New World; cuando Bernard describe, de forma breve y efectivamente esclarecedora, el estado de animo de una de sus compañeras luego de una de las escenas, que para mí, resulta ser de las más importantes y socialmente relevantes del libro. Después de adorar a Ford, dios e inventor del Mundo Feliz, en un ritual que compasa hábilmente el significado de la trascendencia de la experiencia religiosa y los idílicos sentimientos exaltados de la apreciación artística, Huxley nos educa:

 —Fue maravilloso, ¿verdad? —dijo Fifi Bradlaugh—. ¿Verdad que fue maravilloso?

Miró a Bernard con una expresión de éxtasis, pero de un éxtasis en el cual no había vestigios de agitación o excitación. Porque estar excitado es estar todavía insatisfecho.



El deseo, motor principal de la excitación y lógicamente consecuente insatisfacción, es el asesinato de todo público que se somete al arte erótico.

El arte es la expresión última de nuestras naturalezas inmediata y humanamente superiores. Debido a su inclinación a a la apreciación reflexiva, hay un aspecto instintivamente egoísta en la admiración del arte, de la hermosura de esta fantástica institución abstracta de la estética. El error acometido por la vertiente puramente erótica de éste es el de pretender que los demás no existen, o que creando aquella agitación que no existe en el personaje antes mencionado de Huxley, se puede lograr una mejor comprensión del mensaje o, válgame dios, que la incomodidad sea el mensaje mismo: un puro ejercicio de futilidad.

El artista que relata con el cuerpo es en cierta medida un asesino, un anarquista de la razón y todas las cosas que elevan al ser humano en el arte. Plasmar la naturalidad del coito o señalar explícitamente los caminos a recorrerlo es perpetuar el poder monárquico de la carne en nuestras existencias, un acto que resulta muy contrario a las virtudes artísticas más elevadas.

Llamo al mundo artístico con unas simples palabras de súplica: menos tetas y penes, por favor, y más espíritu.


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