Friday, June 5, 2009

Estudio del espejismo

Socrates Impalus salió de su cueva por primera vez en meses. Extrañó el nudo de su corbata aunque jamás se había puesto una en toda su vida.

Caminando entre las rocas con sus pies descalzos, miraba con desdén a los vecinos.

“Que imbéciles, fascinados por el naranja y azul del fuego.
Repugnantes seres inferiores, velludos e incivilizados, sin silicón ni calzado. Maravillados por el humo de su fogata, perdidos en la banalidad de sus miradas. Daltónicos inmorales, no sabrían ni deletrear con las manos las entradas de un menú del Hotel Plaza.”

Pero de su boca no salían palabras, y sus ideas eran demasiado funestas para ser pintadas con la tierra roja que la gravedad de su peso oprimía. Escupiria sus deseos en la pared, pero consideraba demasiado agria la ignorancia que lo sofocaba; su boca estaba seca.

“Cuanto los odio, neandertales!”

“Y así fue la desdicha del Cromañón”, pensó Markansvansky mientras miraba el fondo de una botella de Cabernet Sauvignon, sin saber si estaba más atento en su pluma y papel o sus pensamientos sobre la legendaria cosecha de la cual el alcohol que lo acompañaba se regodeaba provenir.

Socrates Impalus era un eslabón perdido. No tanto, porque el hombre en cuestión siempre ha estado allí, solo que nadie lo ve o escucha. Su cerebro rosa era transitado por relámpagos que harían ruborizar a una puta, sus ojos demasiado decididos para caer en la simetría incolora de sus bragas. Al final, Socrates es el acento en la humanidad, una paradoja paleontolica.

El lo sabe todo, el es el ego, su mente es un monumento.

El lo sabe todo, el es el ego, su mente es un monumento.

El lo sabe todo, el es el ego, su mente es un monumento.

El lo sabe todo, el es el ego, su mente es un monumento.

La historia continuaría si no la supieran ya, mis queridos Socrates.

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