Friday, January 15, 2010

Sobre el mito de la creación

- Dedicado a la hija de un satélite. Una presencia que me empujó a moldear ideas, que a falta de motivación, hubieran quedado donde siempre las dejo; en las paredes de una habitación hedionda y en clusteres mentales averiados.


Resulta que la serpiente fue quién creó a la mujer. Se dice que el hombre, afligido por la soledad, le pidió a la víbora ser su compañera. Siendo las limitaciones anatómicas un problema, la serpiente le dijo al bípedo que si este accedía a quitarle las piernas, ella le fabricaría una amante. Entonces, al aceptar el trato, el reptil le quitó la mitad del corazón al hombre y le cavó un agujero. De la mitad del gran musculo se pudieron hacer muchas cosas, y así se creo la mujer; un caos de curvas y contornos inverosímiles. Pero, viendo su trabajo tan perfecto, la serpiente le arrancó una parte del hígado y se la brindó al hombre, ya que con medio corazón y tanta belleza que amar, se necesita mucho alcohol.


La serpiente no es Dios, no nos perdamos en silogismos. El hombre la creó cuando todo era diferente: dio forma a una bestia sin corazón, para que hiciera el trabajo que un ser con demasiado que dar no podría hacer. El hombre, en toda su benevolencia del principio de los tiempos, jamás habría concebido una idea tan destructiva como la mujer. El sexo femenino es un huracán de cosas buenas, pero sigue siendo un huracán.

Los dos sexos ahora frente a frente intentaron afinarse, unir sus corazones. El problema es que aunque los dos encajen, el agujero del hombre no se puede llenar. La mujer, descontenta por la ausencia de una supuesta conexión y el hecho de que no puede beber a falta de un hígado funcional, ruge como diez vientos.

Este fue el trabajo de una serpiente, una obra que la ha catapultado hacía la infamia. Pero esta incomprendida entidad no es mala por naturaleza: es sólo rastrera y sólo víbora. Que se puede decir de un ser que deseó el toque calloso de la tierra, en vez de la igualdad que se consigue en las alturas? Después de todo, es su rol administrar las cosas que nadie quiere, y lo hará durante las eternidades que le siguen a la pluralidad, hasta que el hombre deje de admirar la imperfección con el fervor inhumano que, siglo tras siglo, se alberga en un corazón agujereado.

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