Wednesday, February 9, 2011

En aquellos días


En aquellos días en verdad creía que sus quejas y acusaciones eran una forma abstracta de compensar su aparente inhabilidad de demostrarme cariño. En aquellos días en verdad lo creí. "Odio esos pantalones que siempre usas. Hieden como a algo que siempre se usa", decía lanzándome una mirada de asco que llegué a conocer tan bien. "Ok, more. Yo también te amo." Y en verdad creí que la amaba, en aquellos días.

Salíamos religiosamente de su apartamento a las 5 de la mañana: Ella para ir al trabajo, yo como mero acompañante. Estaba desempleado y sin obligaciones sociales, pero la seguía de todas formas; Ella desconfiaba de mi presencia única en su hogar. "Odio que me le pongan la mano a mis cosas cuando no 'toy, esa vaina me hierve la sangre", decía arrojándome esa mirada de niña rabiosa que conocía de sobra. "Ok, more. No tengo intención de jamás quedarme allí, es muy oscuro y me gusta acompañarte para verte partir. Todo el asunto me recuerda a una canción de Darnielle." Y durante aquellos días, estaba completamente seguro que la vida era una composición musical. En verdad.

A pesar de que Ella odiaba muchas cosas, me pensaba la excepción. Ese era el encanto de estar juntos, creerme la boya que la mantenía a flote en este mundo supuestamente tan feo e invivible que convierte el uso del odio en algo plausible, hasta totalmente aceptable. Nos vimos - o yo vi, lo que Ella observaba era poco y aparentemente odioso - caminando hacia la parada de bus más cercana, cuando al otro lado de la calle apareció un frutero cargando unas guayabas cuya redondez absoluta catapultó una torrencial tormenta tropical en mi boca. Una mordida y diez pesos después, ese veneno tan bello se articuló nuevamente.

"Odio como te comes esa maldita vaina. No me guta eso, no es sano disfrutar de algo de esa manera"

La miré y supe que Ella estaba en lo correcto. "Mi amor, tienes razón. La guayaba es merecedora del odio, es simple y llanamente la fruta de una incansable frustración. De verdad, te comprendo a la perfección. La envidia que produce el sabor verdaceo de su color, como el diente penetra la ceguera de su cascara, revelando su ridiculo corazón. Este seno imposible alguna vez le perteneció a la planta, esta pulpa que palpo en el paladar fue la entraña de la fruta, hija de la tierra. ¿Y qué revelamos al nutrirnos de ella? ¿Qué hay al abrir sus puertas? Pues te diré que entro de ella viven cientos de ojos, simbioticos, sincrónicos, implacables, malditos e infinitos, y vaya uno a saber cuantos adjetivos más. Macro y micro, no sé. La delicia de la guayaba no es humana, eso me quilla. Por fin te entiendo."

Estaba hablando solo, ella ya se había ido. Un moreno voceando FERIA reguindado de una monstruosa bestia azul se la llevó. En aquellos días en verdad creí odiar una fruta, que en esa similitud entre Ella y yo por fin podríamos creernos, como en aquellos días. Hoy todo es otra cosa, el mundo es demasiado ateo. Pero aún espanto las malditas ciguas palmeras, el ave nacional más inútil del mundo, de mi mata de guayaba. Siento el deber de defender ciegamente lo que odio, la mujer, su desgane o el sabor salvaje de la fruta, como en aquellos días, que por mi buena suerte a malas penas recuerdo.

3 comments:

Taruntela said...

Cásate conmigo. Bailariamos tregua y catala.

Hedra said...

Invierte el orden de acciones y me tienes.

Taruntela said...

Bailemos tregua y catala. Nah, si llego a ese punto primero no estaré pa' firmar papeles.