Thursday, December 1, 2011

La Estaca de Golgotha




Algún día las personas miraron el cielo y se dieron cuenta que entre truenos y nubarrones lo que estaba cayendo no era agua; la humedad que ha elegido la infinidad del verbo escurrir no es la lluvia y sus diminutas manos, que se joda Cummings, si no la sangre y el pus del cielo, que al final se desploma desde el paraíso como se predijo en los tiempos primeros. De una nube dorada en forma de horca, surcada violentamente por centellas palpitantes, se soltó un cuerpo enorme, como un obelisco que se precipita verticalmente hacia la tierra. Las personas no saben qué es ni su propósito, pero se detendrán aterrados a atestiguar su descenso. El artefacto es la Estaca de Golgotha, el monumento del arte puro, un resultado cósmico entre la copulación del tiempo y la suplica humana. La Estaca se ha zambullido en la tierra, hiriendo la piel del planeta con la agudeza de su invencible rigor, y cómo una persona mucho más que un objeto, se ha hundido con las ganas de lastimar que sólo un ser consciente puede demostrar.

Grupos de personas ya han comenzado a aullar sus varias angustias en diversos centros de fe: se agachan, se echan de rodillas, meditan y juntan manos; unos cantan, otros repiten las mismas frases. Algunos ya han abandonado todo por la nueva fe, y se han reunido bajo la sombra perenne de la gran efigie sin rostro a adorar algo que no conocen, lo que les ha venido sumamente natural. Centenares de personas han decidido vivir permanentemente en las proximidades de la Estaca, y bajo ella han construido pequeñas viviendas de paja y arcilla, dejando atrás todos sus bienes materiales y abrazando la pálida e insulsa resignación que acarrea la adoración total. Plantaron los kilometros y kilometros de tierra alrededor de la estructura con brillantes flores azules, probable sigilo del nuevo culto, figura vista ahora ondear en los estandartes de los devotos. Pintaron en las paredes del pilar millares de pequeños pétalos con pintura celeste, también oraciones y retratos, todos azules.

Al pasar los meses se integraron los poetas y artistas a la admiración de la Estaca de Golgotha, para ese entonces sólo conocida como una edificación sagrada y sobrenatural. Poetas y escritores, seres de un aparente aspecto digno, se acercaban al monumento callados, carcomidos por el cáncer lila de la envidia. Los artistas no podían proclamar la misma adoración con tal asertividad; ellos, que fueron considerados seres hondamente sentimentales, personas excelsas, de una superioridad dimensional que bordeaba en lo divino, eran ahora simples espectadores de una obra incomprensible, severos acólitos de la apatía.

Molestos consigo mismo y con el deplorable estado en el que consideraban la sociedad, comenzaron a protestar escribiendo versos blasfemos en las paredes de la misteriosa torre:

Tú que te has manifestado fragante,
vuelve de donde hayas venido:
maldad impúdica, ancla hedionda,
libera la tierra que llora la herida

A pesar de las repetidas quejas de los devotos del nuevo culto, los artistas, seres mucho más violentos, tomaron piedras y palos, defendiendo su derecho de proclamar su arte en donde se les venga en gana.

Los disturbios continuaron por semanas. Heridos de ambos lados abarratoran los hospitales y clínicas, otros adornaron con la muerte el inescrutable fondo de las fosas comunes. Después de casi dos años de mediaciones, juicios e interminables firmas, los artistas y los cultistas por fin lograron una tregua momentánea. Los artistas se limitarían a profesar su poesía una vez al mes, a gritos y megáfonos, sólo para aquellos que quisieran escuchar; y los cultistas, que venían con las manos juntas como en plegaria, pero en realidad sobándoselas de satisfacción, obtuvieron la parte jugosa del trato: que el Sábado y Domingo se llamaran respectivamente Azulio y Azulanio, más la total exclusión de cualquier pago de impuestos para miembros enardecidos del culto mismo.

Regresando a la zona cero, todos los residentes vistos parte en las mediaciones se encontraron con un hecho sorprendente y totalmente inesperado: la Estaca de Golgotha se estaba hundiendo. Todas las flores azules habían sido tragadas por el omnipotente arrastrar del obelisco, que se notaba empequeñecer diariamente en el horizonte. Los versos pintados en colores chillones y ofensivos eran poco a poco engullidos por la tierra. Al cabo de mares de lagrimas, incontables noches de lamentos y dos años, la Estaca había desaparecido completamente.

Nadie nunca supo cuál era el propósito de ése regalo divino. Nadie nunca, para ser más correcto, se atrevió a preguntárselo. El mundo llegó al consenso de olvidar en silencio el significado de algo que va más allá de la invención humana, para ahorrarse el disgusto de registrar en los anales de la historia el comportamiento mundial.

Los artistas, muchos de espíritu honorable, siguieron cumpliendo su parte del trato a pesar de la desaparición del monumento. Continuaron proclamando su poesía y pintura a puro micrófono y pulmón, trescientos y algo tristes tigres, explicando el abstracto a maullidos. Los cultistas y sus banderas azules regresaron a las viejas creencias, habían sido puestos a prueba y sentían muy dentro la culpa del fallo. Unos optaron por la submisión y el largo camino a la penitencia, otros de algún sinsentido llamado martirio.

Al final, podríamos decir, todo volvió a la normalidad. La raza humana no está bajo amenaza alguna, y para ser sincero, nunca lo estuvo. Es la reacción lo que preocupa a las grandes mentes, esa violencia intelectual y represalia física causada por la confusión del evento. El hombre está continuamente al acecho de los peligros conocidos, todo su ímpetu se concentra en la prevención de la amenaza inmediata, por eso es que todo lo material y visible cuando es sacado del contexto habitual aterroriza, es imposible de contemplar apaciblemente. La misma reacción que tiene el hombre al ver una niña pequeña en una película de terror, ese miedo causado por la batalla dispar de contextos, fue para con la Estaca de Golgotha. Primero existe la certeza, luego la destrucción de ésta a través de la mezcla heterogenea de conceptos, y al final, de ser nosotros liberados de la aflicción de esta disonancia, nos encuentra el alivio.

La posibilidad de otro objeto cayendo sobre nosotros es grande. Nos atisba a cada momento,  la oportunidad está detrás de la esquina. El arte es una Estaca de Golgotha. El amor es una Estaca de Golgotha. La existencia misma y su significado es una gran aguja que se clava en la tierra, y sabiéndolo o no, ya estamos debajo de ella, proclamando, luchando: adorando.

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