Sunday, December 11, 2011

No pestañes




Así comienzan las malas ideas, bajo la sombra análoga de un techo blanco, la exasperación del pestañeo. Sentado y en perfecta inercia evito cerrar los ojos, rehuyo del terror de la imagen, de los bastidores de los párpados que proyectan una sucesión de imágenes monstruosas, la helada perfección del barrote, el grito salvaje que se propaga como una virulencia en la imaginación. Los ojos se encrespan en lágrimas, se pueden sentir las caricias deshilachadas y los estrujos del aire en mis pupilas, pero me rehuso a cerrar. Terror, angustia, la muerte del júbilo. Pero el error o la falta de voluntad me harán cerrarlos y durante ese alzamiento del entrecejo volverán los monos, el virus de sus alaridos, sus caras corruptas hasta lo salvaje, el miedo colectivo, las gotas de sangre clavandose como metralla en la consciencia. Ok. Habrá que hacer otra cosa, soportar el encierro de la habitación con ingenio. Sería una buena medida ponerle caso a los lagartos que trepan el desierto de las paredes con una obstinada verticalidad, ver como uno se detiene a unos centímetros justo detrás del librero, entre Juan Rulfo y Herman Hesse, ver su anatomía nublada por la tenue transparencia de su piel, ver sus ojos negros, ver ver ver, para olvidar a los monos escapando de sus jaulas, asustando al niño, mostrando el fulgor de colmillos furiosos.

Si miro fijamente al pequeño animal no tendré que pestañear. Sólo tengo que desear que no se mueva, mantenerlo alerta, pero apenas lo pienso continúa su ruta veloz, Golding, King, Hawking, Grass, arrastra el estomago translúcido lejos de mí. Pestañeo. Furor y ansias, el reír maniaco de los primates liberados. Así ha de sonar la libertad, así puede que suene la selva. Al abrir los ojos, el blanco de mi habitación nuevamente. Sé que si pasa de nuevo voy a morir, me va a matar el recuerdo y los monos y las puertas relucientes que se abren de par en par, dejando salir un infierno de pelos hostiles, de narices y hocicos enloquecidos. Habrá que hacer otra cosa. Leer. ¿Pero cómo leer sin esforzar la vista, sin pendular la mirada e hipnotizar la imaginación? Y así darle paso a la yegua negra que me cabalga la mente, que espera salir; el equino acarnerado aguarda nervioso el escape, desea mezclar su pelaje de anfibolita oscura con la otra manada, la masa de objetos lejanos en perpetua vibración, tengo los ojos cerrados, se arrastra sobre mí la estampida, pánico en la habitación, miedo horrible, tocan violines y sé que he fallecido, siento sus pisadas sobre mí, los cascos, la piel áspera y rugosa de millares de dedos vagabundos. A lo lejos veo al niño, pero ahora la multitud de animales de dirige hacia él y también sé que lo van a aplastar, que volveré a presenciar el destripamiento de su cuerpecito, los adentros para los afueras. Sudor. Orina. Escalofríos. Es aquel pánico del recuerdo, un destello que se infiltra entre cada microscópico descanso visual. Abro los ojos.

Volveré a tomar. No se puede ser víctima del delirio todo el tiempo. Volveré a drogarme. No hay espacio suficiente en mi cuerpo para albergar a los monos, el amor de una mujer y a Jesús. Volveré al sexo peligroso: asiduo y supino y bruto y ay papi dame más. No es necesario entregarse al celibato para mutilar la memoria: la supresión del placer es una iluminación breve, pero por fuerza de extensión y asuntos biológicos sumamente sencillos, se convierte en flagelo. Habrá que hacer otra cosa, pero sobre todo tomar decisiones. Volver a una vida entumecida o soportar el acoso de las vísceras y el ulular de la libertad. Los monos. La calle. El zoológico. El niño muerto. Para cuando termine esto ya tendré una idea, cuando vaya a ducharme estaré convencido y antes de irme a acostar habré puesto en marcha mi decisión. Aún no sé, me encona la duda, pero estoy seguro que algo habrá que hacer.

0 comments: