Thursday, February 2, 2012

En Guaricano no venden cigarrillos




La calle es una mazorca oscura. Allí hay asfalto, aquí no. De vez en cuando aflora de las cloacas un gusano desdentado, hirsuto y verde, con mierda entre los dientes. Es apetecible un cigarrillo en este lugar, lo que vine a hacer aquí auspicia recompensa. Apetece, pero no hay. En Guaricano no venden cigarrillos.

— Wey, dame media Marlboro roja por favor.
— No vendamos
— ¿Cómo fue?
— No vendamos de eso, chula

Las palabras rezan estranguladas por el sabor pútrido de su boca: el colmadero no quiere vendarme el vicio. Habrá otros establecimientos, pero sé que estoy equivocado de antemano, porque en Guaricano no venden cigarrillos. Es un hecho, no hay. Desde el Torito hasta el Liceo, desde la Iglesia del Amparo hasta el diente de oro del sol caribeño. No hay cigarrillos. Es una huelga al señor Philip Morris: una mezcla de miedo a Dios y crack.

En las trincheras polvorientas de los vendedores de fruta hay una paletera. En sus bolsillos tararean unas monedas y en su aparataje de madera están a la vista diversas reliquias de colores. La vista es rápida y efectiva, los ojos son saetas pecadoras. No hay nada. La Cremora es azul, el enorme termos de café es azul, las mentas de uva son azules. ¿Yo? También. Sólo necesito un poco de blanco y rojo, antes de darle paso al paroxismo de este vicio oral, cilíndrico y venéreo.

— Oye morena, ¿dónde están los Marlboro?
— ¿Come?
— Los Marlboro
— ¿Come?
— Lei parla italiano?
— Nicht spanisch zu sprechen

Corrí lejos de la paletera/la paletera provoca miedo. Es asombroso cuanto asusta una paletera sin cigarrillos. Subo a paso veloz la colina, uno de los tantos promontorios forunculares que coronan a Guaricanos, el único pueblo del país completamente libre de nicotina; desde la Vieja Habana hasta el convento, desde mis pantalones hasta el cielo.

Sofocado, doblo un callejón y entro a un negocio. Es un colmado. Está casi vacío, de no ser por un grupo de jóvenes que en fila india escuchan música que sale titiritando desde un celular. Todos me miran, miran los chicos Dembow a mí, pero independientemente de sus inclinaciones musicales y etimológicas ninguno hace reverencia alguna. Dem do not bow. Miradas fijas. Es como ser Tupac. Aquí no peleará Mike Tyson.

Me acerco al vendedor, un hombre de tercera edad con la boca desdentada.

— Dame media Marlboro, man.
— No vendamos
— ¿En serio?

El viejo menea la cabeza y susurra con un aliento a ajo y genitales afeitados. Su musitar es casi microscópico, de un timido silencio reptiliano.

— No vendamo, chula.

0 comments: