Thursday, September 19, 2013

Soldados



"No eternal reward would forgive us now for wasting the dawn"


Ayer comimos sus frutos blancos. Estaban dispuestos sobre la mesa, tirados y gordos, cuerpos como bolsas fláccidas. Uno a uno los visitantes fueron destripando sus interiores y comieron de la pulpa pálida de los pequeños higos, sonriendo con lo ojos húmedos de alegría. Era el alborozo causado por las frutas tan grande, que aquel regocijo se acumulaba detrás de las muelas como un abazón, y todos lo masticamos, gritando con esa algazara propia de los rumiantes nocturnos.

Luego, el más álgido de los silencios. Todas las miradas vacías. Globos oculares tremolantes, y en su reflejo sólo la cáscara de la fruta muerta, humedecida por la saliva expedida por sus bocas golosas. No saber qué decir no es el peor de los pecados, pero hay una estrella enorme en el horizonte que planea asomarse todas las mañanas -sus mañanas al fin, que al final es sólo un momento que adquiere significado gracias a nuestra inútil habilidad de preverlo- y los pone muy nerviosos. A todos los huéspedes, hombres hambrientos muy quietos y de ojos hundidos, les había atacado una maléfica carestía de emoción. Estaban las ganas de decir con el sonido, de liar algo digno de la luz a punto de ser presenciada, pero se encontraban hartos de uvas blancas y dátiles salvajes, cansados y deshechos por el tacto y la gula.

Todos se rinden, sin articular palabra. Contagiados por una adorable y estúpida fascinación por los comienzos, darle un nombre al amanecer, de salto y de sol, sol niño que aún sigue en el mismo cero mata cero eterno. Como una guerra, la ausencia que le sigue a la explosión. Soldados que miran el humo y el fulgor. Ssssh: y por un breve momento el terror es paz.

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