Saturday, August 26, 2017

Historias de niños que conocí escritas por adultos I: Cada vez que se hunde un cuchillo, si es lo suficientemente profundo, se puede llegar a ser empuñadura.


Cuando era niño me invitaba a tocar arañas. Quizás era para al fin alcanzar a ver aquel bulbo didáctico que su padre desde hace tantos años le mencionaba con la misma convicción que se emplea para hablar de Dios y il calcio. Pudo haber sido también para experimentar con los reflejos: ver las actividades del miedo reproducidas en el diminuto espectáculo de la inocencia. Por cual fuera la razón nadie puede culpar la fascinación humana por el aburrimiento propio y la desgracia ajena.
   
Me agarraba de las muñecas y me metía dentro de ese algodón diabólico que un terror octagonal había trabajado como mancha que aguarda a la muerte, flotando dentro de la niebla de su propio diamante. Creo que más que nada fue un bautizo. Fui ungido por algo antiguo, mi patriarca me tomó y hundió en el calostro de la vida. No puedo recordar si lloré.

Ma dai che non fanno niente.

Fast forward. Sum id quod sum. Ahora ya están en todas partes, las siento en las piernas como pelos furiosos. He crecido con ellas: mi eje es una campana de metal inquieto que las llama. Han hecho casa más allá de mí: en la aflicción que me causa la forma, el desinterés del color y su opresión sensorial. Me han hecho casa porque soy la mancha, me escupo en las manos para tejerme. 



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