Wednesday, May 27, 2009

La vieja y la traición de las ideas

Había una sola solución: la eutanasia.

El dolor era demasiado para soportar, necesitaba sacarme la joroba y colgarla junto con los otros esqueletos. Para eso había una sola persona que me ayudaría, alguien que pudiera venderme la bien amada cicuta. Alguien lo suficiente caradura para versar azúcar en mi tanque, para hacerme perder la mala leche para siempre: un asesino a sueldo. Por eso estaba en este viaje tan extraño, el final.

El callejón era oscuro, demasiado para los gustos de cualquier hombre normal. La sobredosis de nicotina me hacia sudar frio, las perlas de sudor estallaban en mi boca, haciéndome olvidar el mar y el sonido de mis pasos sobre el maltratado asfalto.

El camino a la perdición, algunos le llamarían. Pero que iba a saber yo que aquella vieja, tan estática y solemne, me revelaría tan jodidos secretos? La tercera edad cambia la visión de la vida, pero por que en aquel brillo de su ojo de cristal no encontré lo que me haría cambiar de idea? Es como irte de un bautizo con más preguntas de las que entraste.

“Los hombres de fe ahogan a sus hermanos, violan a sus hijos”.

Es lo que la señora, al final del camino y sentada en su mecedora de palos, me había dicho mucho antes de presentarme, destruyendo mis meticulosamente planeados treinta segundos de intercambio conversacional.

“Ahm, es usted Juana?”

“Y la salvadora, De Arco sin llamas.”

Su desdentada sonrisa me provocaba nauseas y una admiración sobrenatural. “Unas mamadas tremendas!”, me decía el ego, mientras coordinaba mi erección para simular la incomodidad que debería de sentir ante su dentadura podrida. Pero que iba a saber yo sobre sexo? Mis amantes siempre han sido muñecas reales.

“Es con usted que debo hablar… para ya sabe?”

Ella levanto la cabeza, escrutándome atentamente son los ojos cerrados. Podía entrever el reflejo de su ojo falso, sin evitar hacerme preguntas ridículas sobre si estas personas eligen sus prótesis como si de un jersey se tratara.

“Haces demasiadas preguntas. Es tu primera vez comprando yerba, supongo.”

Que maleducada la vieja esta! Tan mística al inhalar, y de repente cae en la desgracia del coloquio. Perdí mi maciza erección inmediatamente, sin sorpresas, aspirando la sangre en mi entrepierna.

“Si, a cuanto la onza?”

Que duro es aprender que el suicidio es un tedioso intercambio monetario. Sera mejor enrollarme en casa, donde las malas bocas no me turben el viaje.

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