Tuesday, May 26, 2009

Sadako's Fury

Ella podía observar todo desde arriba. Una vista que en los últimos minutos se había vuelto asqueante; agria, como cuando de niño te llevas la orina a la boca. No es una experiencia de todos sentir la repulsión en su estado puro: la tristeza de no ser el único ser vivo. Para ella, hoy, ese sentimiento tan común se había convertido en rabia. Una insoportable comezón le rasgaba la piel.

Cuanto odio sentía la emperadora de los sueños. Su oreja indiferente, era bombardeada por las inútiles suplicas de sus consejeros; amantes que pronto gustarían el sabor de su propia sangre en sus bocas, presas del miedo asfixiante. Sadako, con su corazón en llamas, ya había dado la orden. Los soldados de cristal marchaban las calles del pueblo, bajo la mirada de sus ojos llorosos. Ya nada salvaría la vida de la plebe.

GODSPEED MURDERERS!

Con los pasos uniformes, redoble de botas y el ruidoso aplaudir de las armaduras, cada rincón de la villa había sido manchado por el azul de los guardianes de la paz, que bailaban con antorchas en mano.

DANCE MACABRE!

Los ojos de la gente, que desbordados de sus cuencas espiaban las ventanas, ardían de soledad. No estaban seguros en sus casas: lo sabían. No había preguntas en su curiosidad, el fuego que se dibujaba en las ventanas no podía significar otra cosa. “Que desilusión… tantas cosas por hacer tanto por el que vivir“: mentiras piadosas de los condenados. La plebe no puede tener deseos, esperanzas o tan siquiera metas; los comunes son el agua de los caprichos.

De un momento a otro las astas rojas volaron en el aire, hiriendo los delgados techos de paja. Los gritos se elevaron junto con el humo, danzando, contorsionándose en el aire. Sadako respiró hondo, ansiando sentir la desesperación inflar su pecho. Sus pezones, amenazantes como astas, rozaban su vestido de seda roja, que se mimetizaba con el paisaje que observaba extasiada. Y bailó. Debajo del cielo naranja, rodeada de la neblina negra, del olor a cadáver que tanto la complacía. Bailó hasta sudar, excitada, mientras se derretía su entrepierna y se mojaban sus tobillos.

Al amanecer, cuando el primer viento pitaba entre las armaduras de los asesinos, levantando las cenizas de niños, madres y homosexuales, ella comenzó a escuchar las voces. Cientos de pequeñas vocecillas que gritaban detrás de su frente, diciendo cosas horrorosas, cantando himnos anárquicos. Comenzó a rascarse las mejillas para sacarlas de sus muelas, mientras ululaba al cielo. Se golpeaba la cien con los puños y ululaba, como pidiendo el descanso; “ahórrame las repercusiones”… vamos Mike, que no viene al pedo. Es solo una canción.

Y pensé para siempre, que la batalla estaba ganada.

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