Monday, January 17, 2011

La boca de la mañana


A veces me gusta cronometrar el amanecer sólo para esperar el levantamiento desarmado de las personas extrañas. Es un mundo diferente, el de las seis de la mañana. Mirando hacia fuera una niña rota y hermosa me susurra desde la cama con una voz muy distintiva e insatisfecha.

- Qué hace? No te me ponga dramático!

Es lo usual, como que hay algo de eso en la mañana. Una conocida a la que envidio mucho (y otras cosas en mucho también) se refiere al fenómeno del amanecer como "the bright teeth of morning". Me parece una idea ciertamente fascinante: imaginarse la mañana como una gran boca que engulle, sin ninguna clase de razón o remordimiento, el sueño de las personas responsables; les quita eso que les trae la calma. Y es cierto, aquella persona algo de razón tiene: la mañana no es para los vivos y nadie se merece a enfrentarse a un día tan prematuro y pálido.

Para ilustrar más el misterio, tengo que poner de mi parte. Sucede que un día, no recuerdo cómo ni mucho menos por qué, me encuentro a mi mismo cogiendo un carrito público a eso de las seis de la mañana. Es un pecado no ahondar en las razones de la salida, pero el recuerdo de las cosas especificas me elude. En fin, estaba corriendo en aquel tractus populi, que tiene un sorprendente parecido con alguna escultura de arte moderno, observando por la ventanilla las maravillas de la post-madrugada. Los hombres y mujeres caminan decididos, pero se les notan aún las heridas de la almohada, el peso de levantarse; los bums y homeless buscando lo suyo, convencidos de su fe en algún refrán que dice algo absurdo sobre la abundancia de piedad en la mañana. Todo esto, cabe recordar, es acompañado por las maravillas olfativas del tubo de escape, aquel respiro gris de la humanidad. Pero de todas estas imágenes en movimiento, lo que más captó mi atención fue la imagen curva de un viejito blanco que andaba recogiendo basura con dos pedazos de cartón. Lo fascinante, aquello que me hizo pensar todo el trayecto en él no fue su blanquísimo cabello o la ausencia de aquel vello facial tan característico de la tercera edad. Lo asombroso era la tranquilidad de su cara, lo hondo y sincero de aquellas arrugas manifiestas.

Por un momento, pensé ese hombre [sic] como algo más, le atribuí una mitología propia, una especie de burlesca divinidad. ¿Y que tal si ese viejo en realidad es el heraldo del sol? He pensado en ello. Podríamos decir que el sol tiene su bendición, que el gran Astro es un diseño de su autoría. Él es aquel que le grita a las plantas y su luz calma la sed de nuestra piel. Que su humor nos hace negros, que su privación y silencio nos empalidece. Jamás he visto un rostro así durante la tarde, cuando todos están demasiado despiertos. Hay algo inebriante en la mañana, algo que no afectó a ese viejo.

Aún pienso en él. Me lo imagino calmo y triste, recogiendo basura con su cartón de Presidente en algún kilómetro de la Sánchez: un héroe distinto cuyo único premio es ser el indiscutible dueño del espacio de día que nadie quiere. Le dedico esta entrada, no sé que más hacer por él. Mientras tanto, vuelvo a la cama. Es muy raro que me esperen en ella y uno no se puede poner dique dramático por un jodío viejo.

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